Un vino no cumple su misión sino hasta que llega al paladar del consumidor, pero hay un puente para que la experiencia sea plena: la copa. Aquí le decimos qué características debe tener.
El vino se consume desde tiempos muy remotos. Los faraones egipcios ya lo acostumbraban alrededor del año 3000 a.C., y lo servían en recipientes de barro, madera, piedra, vegetales, metal y apéndices de animal (como cuernos), pero estos materiales conferían a la bebida características aromáticas y gustativas no siempre idóneas.
Todo parece indicar que fue también en Egipto donde se originó el vidrio, material muy apreciado por no comunicar aromas, a menudo indeseables. De asomarnos a la historia, encontraremos a lo largo de las épocas numerosos tipos de copas de vidrio utilizadas para la degustación de vinos. Sin embargo, es hasta nuestros días cuando se ha empezado a estudiar la estrecha relación entre la copa y el vino, para cumplir cabalmente la experiencia de degustación.
Los adelantos tecnológicos han llevado a combinar algunos elementos con el vidrio. Uno de ellos es el plomo, que aunque se trata de un metal pesado y tóxico en su estado original, cuando se combina con el vidrio se vuelve estable y no contaminante, y además le aporta resistencia, flexibilidad y porosidad. Otro material que proporciona resistencia a las copas es el titanio, con la ventaja de que éstas no adquieren un color grisáceo con el paso del tiempo. Hoy en día, junto con el nuevo concepto de copas, se utiliza un material tecnológicamente avanzado llamado Kwarx, que ofrece la misma flexibilidad y porosidad del plomo, pero mayor resistencia que el titanio, lo que se traduce en características más estéticas, pues no hay elementos visuales contaminantes en su estructura, es decir, las copas son completamente transparentes y la dureza del material hace que difícilmente se rayen.
Una copa para cada vino
La aplicación de la tecnología no se extiende únicamente a los materiales. También ha influido en el diseño, a fin de que las copas sean ideales para el líquido que recibirán. Todas se forman de tres partes: el bulbo, cuerpo o bowl, el pie y la base (esta última es la que les da estabilidad). El tamaño del pie varía de acuerdo con el diseño, y su forma puede ser recta o bien con ligeras curvaturas. Para el consumo de vino se recomienda que el cuerpo tenga configuración de tulipán, es decir, más ancha de la parte media baja y más estrecha en la superior o boca, pues así podemos agitar libremente la copa sin que la bebida se derrame, para impulsar las partículas volátiles hacia las paredes y que luego sigan su camino hasta la boca de la copa, donde se concentran para facilitarnos la olfacción. En ocasiones, la forma misma de la copa contribuye a deliberar sobre la calidad que tiene un vino; por ejemplo, las copas de espumoso, cava o champaña son largas, tipo flauta, para admirar la presencia del gas creado naturalmente (con una segunda fermentación), cuya excelencia se aprecia en el tamaño de la burbuja.
La boca de cada copa tiene una angostura diferente según el tipo de vino que se va a degustar. Cuando la boca es cerrada, como la de los espumosos, nos obliga a inclinar la cabeza hacia atrás, haciendo que el líquido caiga en un punto exacto en la parte media de la lengua, donde la percepción de la acidez es mayor. Por el contrario, si la copa es demasiado abierta en la parte superior, para apreciar las características del vino nos obliga a sorber ligeramente, empapando toda la lengua.
Los grandes productores de copas en el mundo han tratado de especializar el diseño para destinarlo a cepas específicas, con el fin de lograr una carga expresiva mucho mayor que en una copa universal (en la que se puede degustar cualquier tipo de vino). No obstante, tienen el inconveniente de que sólo sirven para la variedad para la cual fueron diseñadas, y si se intenta degustar otra diferente despliega aromas raros que conducirán a una mala percepción del vino.
Por qué agitar la copa
Las partículas aromáticas contenidas en un vino pueden rondar entre 800 y mil 200, y como muchas de ellas son volátiles, las podemos percibir al momento de agitar la copa. De hecho, la dirección en la cual se agitan los vinos puede marcar una mayor expresión aromática. En el cono norte del planeta el magnetismo terrestre provoca que las partículas giren en sentido contrario a las manecillas del reloj —lo que también sucede con los huracanes, tornados y otros fenómenos naturales—, por lo que en esa zona los vinos se giran en ese sentido, mientras que en el cono sur se giran en dirección de las manecillas del reloj, pues el magnetismo terrestre tiene esa inercia. Cuando agitamos las copas de vino en la dirección adecuada, las partículas aromáticas se despliegan libremente y se perciben con mayor facilidad que si lo hacemos de forma contraria.
Por último, hablaremos de las lágrimas, que se forman por el alcohol y las sustancias solubles en el vino, y son responsables de darle el cuerpo que tanto nos gusta. Este efecto no sería tan evidente si las copas no fueran porosas en su interior. Al adherirse el vino a las paredes de la copa se forman las famosas piernas o lágrimas, que identifican su densidad y aumentan la evaporación de las partículas aromáticas, para volverlo más expresivo. Es por ello que muchas veces el vino se deja oxigenar: para que la carga aromática del mismo despliegue todo su potencial.
Finalmente, para adquirir copas de vino no se requiere mucho conocimiento. Sólo hay que fijarse que sean de cristal, nos guste su forma y se adapten a nuestro bolsillo. Entre las marcas de copas más conocidas y prestigiosas del mercado están Mikasa Oenology, Schott, Riedel y Spiegelau. Usted elige.
Por: Jesús Díez
Publicado por: TuDecides.com.mx
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