Los tres desafortunados golpes que la naturaleza ha propinado este año a Japón, representan al mismo tiempo tres grandes oportunidades para entender el comportamiento y la cultura organizacional de los japoneses en épocas de crisis. Y aquí, el sushi juega un rol fascinante.
El terremoto, el tsunami y la crisis nuclear. Tres sucesos encadenados. Un impacto. La cadena de suministros global, sobre todo la de las industrias electrónica y automotriz, se han visto afectadas por la catástrofe. Las aseguradoras europeas también están resintiendo el golpe. Más de 7 mil muertos y 10 mil desaparecidos. Y no se diga la economía japonesa: 24 mil millones de dólares tendrá que erogar el Gobierno nipón como un primer presupuesto para la reconstrucción, además de sufrir un crecimiento menor al esperado, puesto que el costo de la tragedia será de entre 2.4 y 3.4 por ciento del PIB.
No obstante el panorama oscuro, ahí están las luces de una cultura que siempre ha sorteado con éxito los imprevistos. Recordemos Hiroshima y Nagasaki. Los devastadores terremotos de Kanto en 1923 y de Kobe en 1995. En cada uno de estos sucesos, la intuición innovadora y la capacidad de respuesta en grupo de los japoneses fueron suficientes para salir a flote. La materia prima, la mejor arma, el más eficiente invento de los japoneses son precisamente los japoneses. El factor humano.
Así, ¿es posible predecir lo que sucederá con la nación nipona y su economía? Hideki y Skidmore Toka, investigadores de la Universidad de Nagoya, tienen varios años investigando la relación entre los desastres naturales y la manera como la economía es afectada y después se recupera. La conclusión es sencilla: a partir de datos de 151 países recopilados durante más de 40 años, es posible afirmar que las economías con mayores capacidades de renta, conocimiento y acceso a instrumentos financieros, sortean las consecuencia sde cualquier terremoto o inundación.
Pero volvamos al sushi. Abordemos el problema desde una perspectiva gastronómica. ¿Por qué Japón puede recuperarse mucho antes de su tragedia que otras naciones devastadas, como Haití, Tailandia o Nicaragua? Radiografiemos el sushi para encontrar la respuesta.
Ahí está en el plato un diminuto y ancestral invento de la antigua China que migró a Japón a partir del siglo 17 para perfeccionarse entre la gente y luego, ya en pleno siglo 20, globalizarse por todo el planeta como un platillo de comida rápida saludable.
Lo que nos revela el diminuto bocadillo es el background de toda una cultura de ahorro, precisión y colaboración. Durante tres siglos, los japoneses fueron reinventando el bocadillo a partir de dos factores clave anclados en su cultura de innovación y desarrollo.
El primer factor nos habla de supervivencia y escasez: ¿cómo podían conservar durante más tiempo el pescado recién traído del mar, sin refrigeración, haciendo más eficientes sus costos y simplificando el proceso? El segundo factor nos habla de colaboración y cultura organizacional: ¿cómo crear un alimento de rápida preparación, accesible para todos, sin generar desperdicios innecesarios?
La antigua preparación del sushi nos revela una tecnología capaz de funcionar incluso sin electricidad. Técnica importada de los monasterios budistas, los sushis se preparaban salando el pescado, cubriéndolo de arroz con vinagre y guardándolo en barriles de madera durante seis meses. Este método mantenía el pescado listo para comer durante otros seis meses más, sin necesidad de hielo.
Al paso del tiempo y de otras innovaciones, se le agregó un pedazo cuadricular de alga para empaquetarlo y hacer del sushi un alimento de fácil transporte.
Curiosamente, no fue sino hasta el gran terremoto de Kanto, en 1923, que también devastó Tokio, cuando la cultura eficiente del sushi se diseminó por todo Japón. Los honorables chefs de sushis de la capital regresaron a sus pueblos de origen y ahí siguieron cocinando el platillo, popularizándolo.
Volvamos al terremoto. Analicemos las imágenes de los japoneses, hundidos en la tragedia que significa perder el patrimonio y la vida. En la mayoría de los casos, los aeropuertos, estaciones de tren y hospitales funcionaron en perfecto orden. Las filas para recibir insumos o pedir información no significaban tumultos. Se actuaba con capacidad de grupo. Los saqueos ni siquiera fueron imaginables.
Gran parte de este orden inculcado hasta el ADN tiene que ver con el hecho de que en Japón conviven tres religiones: el sintoísmo, el budismo y el confucianismo. La filosofía central de las tres se resume en un método de comportamiento perfectamente definido: el bienestar es colectivo, la armonía se alcanza en grupo, y el respeto al otro es esencial para crear orden social.
Otro dato para entender el comportamiento de los japoneses ante las situaciones de crisis extrema, como Hiroshima, Fukushima o el tsunami, se refleja en la Teoría Z de William Ouchi, investigador norteamericano de origen nipón.
Ouchi afirma en su libro “Theory Z : How American Business Can Meet the Japanese Challenge”, de 1981, que existen distintos tipos de empresas que a su vez actuaban bajo esquemas de comportamiento muy específicos.
En las empresas de carácter Z, como la gran mayoría de las compañías en Japón, prima la rendición de cuentas colectiva y el trabajo grupal ordenado, creando una tradición de negocios que busca que el individuo viva, experimente como carne propia los procesos de la corporación. En cambio, en el modelo occidental, la rendición de cuentas suele ser individualista, la capacidad se mide en función de una persona, y los procesos de las compañías se vuelven más lentos porque la cadena de decisiones salta de persona en persona, no en colectivo.
¿Un ejemplo de todas estas ideas en las repercusiones de la tragedia japonesa? Hace unos días, el CEO de Nissan en México afirmaba que ante la falta de suministros las armadoras crearían innovación local.
“Las crisis que atraviesan las plantas japonesas de Nissan, más que generar una potencial desinversión en México, es una oportunidad de encontrar proveedores nacionales que puedan hacer los componentes que nos hacen falta", resumía el CEO, José Muñoz.
El efecto sushi (ahorro, rapidez, innovación) y el comportamiento organizacional de la Teoría Z (pensar en colectivo, actuar con orden), seguramente serán las herramientas más simples para que Japón salga de la crisis actual: la nuclear, la económica y la humanitaria.
Fuente: http://mx.hsmglobal.com / Por Gustavo Aréchiga
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